El faro de luz

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Mi primer recuerdo de ella, tan grande y tan definitiva, era estar en el desayunador siempre con un delantal y una taza o vaso de té, lo primero que se encontrara bastaba para satisfacer esa costumbre de todas las mañanas tomarse su brebaje, que no era otra cosa más que una poción agria y sin sabor que en una ocasión me atreví a tomar y no volví.

 

De repente llega a mí uno de mis últimos recuerdos de ella, en esa misma casa donde se encuentra ese mismo desayunador, pero ahora ella todavía tan grande y tan definitiva está recostada en el sillón de la sala, casi no se mueve por el dolor en su estómago tan fuerte que tiene.

 

Con ella ahora fuera, hasta lo definitivo ya no parece tan cierto. O al menos eso es lo que yo me digo en ocasiones cuando pienso en ella.

 

Recuerdo que hasta cierto punto su imagen siempre permaneció igual para mí sin importar el paso del tiempo, al igual que su personalidad, siempre tan segura de lo que decía, ella nunca se equivocaba, ella siempre estaba de lado de la verdad y la razón. Siempre que llegabas a su espacio de trabajo, sabías que la siguiente pregunta sería ¿Ya comiste? Deja te preparo algo. Y ahí comenzaba el deleite que en muchas ocasiones yo esperaba con ansias, encontrarme con unos deliciosos chilaquiles y frijoles de la olla era hallar un tesoro que habías guardado por un tiempo y que finalmente lograste desenterrar.

 

Mi segundo recuerdo de ella, llega en forma de su vestir. Siempre, siempre usaba falda larga, camisón y un delantal, todos estos a excepción del último eran de colores oscuros, ya que para ella, era su obligación vestir de negro desde el fallecimiento de su esposo y una de sus hijas. Me impresionaba la constancia con la que vestía de negro todos y cada uno de sus días, de niña le preguntaba la razón y ella siempre decía: -Es mi obligación, así son las cosas-. Y yo sencillamente no lograba entender porque esas cosas eran como eran, así que me decidí a pensar en su ropa casi como un uniforme para demostrar la constancia y resistencia hacia los cambios de la vida.

 

Mi tercer recuerdo de ella me dice que no debo dejar de lado el quererme o “procurarme” como nos decía siempre que llegábamos a su casa desarregladas, la recuerdo en su tocador arreglándose las cejas, poniendose crema en la cara y demás “menjurjes” para así salir y sentirse bien con ella misma.Todavía hoy cuando salgo sin preocuparme si planché mi ropa o me “arregle” la cara, la recuerdo y eso me hace sonreír, a pesar de no regresar a “procurarme” del todo como a ella le hubiera gustado.

 

Mi cuarto recuerdo de ella es uno complicado, porque a pesar de no estar de acuerdo y de no disfrutar realmente el escuchar más de cuatro horas sin descanso alguno una estación local de religión, tengo que admitir (nuevamente) esa persistencia y seguridad completa sobre creer y tener fe en la existencia de Dios. Siempre que llegábamos antes de la comida eso estaba escuchando, misas, rosarios, reflexiones de sacerdotes y locutores sobre temas religiosos, todo eso y más salía de una pequeña radio que “milagrosamente” lograba emitir sonidos a pesar de estar a punto de deshacerse.

 

Persistencia, esa es una de las características que logró pasar ella a sus hijas y nietas, por lo menos ahora me doy cuenta de eso, porque yo en ocasiones soy tan terca cuando quiero que algo o una idea se lleve a cabo y se conozca.

 

Persistencia de su parte, porque a pesar de comenzar a escuchar cada vez menos de su oído izquierdo, ella hacía todo para que la entienderan y ella darse entender, no importaba  si en ocasiones cambiaba por completo algunas palabras de lo que le preguntaban y hacía que algunos se aguantaran la risa por respeto (y porque no), miedito a la consecuencia de reírse de una institución como lo fue y es ella.

 

Tengo muchos de recuerdos de ella, de Mamá Lu, porque abuela no era como ella quería ser nombrada, ella no solo era abuela, ni tampoco mamá, era la persona que hacía posible que más de doce hermanos junto con sus hijas e hijos se juntaran por lo menos una vez al mes a platicar y comer, era la que siempre tenía comida y consejos (pedidos o no) en cuanto te preguntaba cómo estabas, era la persona con la fe y seguridad religiosa más impresionante que he conocido, era una mujer llena de ideas y de libros que había leído a lo largo de su vida, y que le gustaba contar lo que le parecían. Ella era el faro con una luz fuerte y segura que hacía que todos quisiéramos llegar a ella, no importaba si el camino no siempre fuera seguro o agradable, sabíamos que al llegar al destino, encontraríamos grandes riquezas y sobre todo pláticas, porque una de las cosas que más le gustaba hacer era platicar y creo que debimos explotar aún más esa cualidad.

 

Ahora es nuestra responsabilidad mantener ese faro y su luz prendida, es nuestro turno de recordar a Mamá Lu.

 

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